lunes, 19 de marzo de 2012

La exposición que me cambió la vida: La Vanguardia y la Gran Guerra.

Ernst Ludwig Kirchner.


Hace poco más de tres años visité una exposición que me cambió la vida, aunque en el momento todavía no lo supiera.  Dicha exposición, que he citado en más de ocasión, fue esta. Sobre el elenco de artistas representados, las secciones en las que se dividió, así como una pequeña guía, pueden leer en dicho link.

La exposición, era muy completa: pintura (grandes y pequeños lienzos), escultura, grabados; y era tan mundial como lo fue la Gran Guerra: franceses, alemanes, españoles, rusos, incluso ingleses y americanos (¡modernidad anglosajona, qué osadía!). Era grande, y larga.

Franz Marc.
Ya les he contado en más de una ocasión de mis fascinación morbosa por la Primera Guerra Mundial y sus sombras, no tanto en su faceta política o maquinista (que también) sino en su carácter de cataclismo genial y nefasto que hacía volar por los aires  el mundo conocido.

Ludwig Meidner
Natalia Goncharova
En aquel entonces no sabía demasiado de las Vanguardias. Podría echarle la culpa a la nefasta educación artística en España, al impuesto gusto familiar por lo Renacimiento, la Ilustración y el siglo XIX o a mi odio manifiesto por la abstracción, pero el caso es que todavía estaba muy verde y mis opiniones se basaban en estereotipos (Munch es el Expresionismo, Picasso era un cabrón con las mujeres ergo debemos odiarlo, el Surrealismo es loable y jamás pasará de moda, etc, etc etc,). Incluso detestaba el cubismo, y de Malevich mejor no hablar.

Pero cuando llegué a esas salas, y pude ver por fin obra de artistas cuyo nombre solo había leído alguna vez (empezaba entonces mi adoración por Goncharova, le tenía un gran aprecio a Franz Marc, Grosz me parecía únicamente "gracioso"), comprendí que las vanguardias, las “camarillas” que decía Tom Wolfe (al que creo que entonces estaba leyendo), no eran más que la excusa para las diferentes maneras de representar una idea, un sentimiento; y el sentimiento en aquella ocasión, era terrible. El Apocalipsis.

Ernst Barlach.
Quizás sea moralmente reprobable el gozo estético que me produjo tanto sufrimiento plasmado; las imágenes, bajo las formas más diversas, me resultaban violentamente voluptuosas a la par que conmovedoramente desdichadas. Aún a día de hoy, me siento tremendamente culpable de admirar un arte que nació de la desolación.
Wilhem Lehmbruck.

Esta mañana, creía que lo único que conservaba de la exposición era una pequeña guía didáctica de 4 euros (el catálogo, aún hoy, sigue costando 50 E), pero he comprobado que aún recuerdo la localización exacta de gran parte de las obras. Tengo muy buena memoria, pero quizás esto roce la obsesión. O no tanto.

En aquel momento, no comprendí ese sentimiento de culpa que afloró después. En mi infinito aprecio por los artistas que vivieron aquella época, que se convirtieron automáticamente en mártires para mí, sentí la tremenda necesidad de justificar la superioridad de las Vanguardias: primero, aprendiendo sobre los grandes, después, obsesionándome por los pequeños desconocidos (que hoy ya no lo son tanto), ahora, obcecándome en minucias infructuosas. 

Ese año, el curso 2008-2009, fue uno de grandes exposiciones: la de Picasso en el Reina Sofía, que me permitió apreciarlo al fin, y "¿Olvidar a Rodin? Escultura en París 1905-1914" , que vi en el Museo D'Orsay y que me enseñó que un escultor en aquella época no podía sino negar, imitar o superar (sobrepasar) a Rodin. Junto a la exposición de la que les he hablado aquí, esta triada cambió mi forma de ver el Arte, cambió mi forma de actuar, y posiblemente, cambiaren mi futuro.

En apenas tres años, he gastado en libros de arte moderno más que en ninguna otra cosa (si obviamos comida y bebida, por supuesto); para ello dejé de comprar discos y películas (que además eran mucho más barato). Tengo una nada desdeñable colección, unas estanterías que amenazan ruina y la incómoda sensación de que jamás podré procesar, y mucho menos ampliar, toda aquella información. La sed de conocimientos es algo tremendo, terrible. Supongo que tan impotente sensación es la carga por disfrutar de los excelsos productos de tan terrible situación. Qué le vamos a hacer.

"El Loco", de Heinrich Maria Davringhausen. Les pongo el nombre únicamente de este cuadro porque debería ser mucho más conocido. Y porque todavía hoy sigue dándome miedo. 

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